Vicente Pérez Rosales, el fundador de Frutillar, la llamó “la joya del sur de la República”, y es que esta dulce ciudad lacustre es una de las más bellas de Chile. Rodeada de bosques y praderas, en la ribera del lago Llanquihue y frente a las cumbres de los volcanes Osorno, Puntiagudo y Tronador, Frutillar ofrece una postal difícil de olvidar. Lo mejor es comprobarlo en la mañana, cuando la ciudad se vuelve aún más apacible.
Lo mejor es perderse por Frutillar, por su playa de arena negra y aguas cristalinas, por sus calles limpias, ordenadas, rodeadas de jardines de rosas y dalias y construcciones de madera en perfecto estado de conservación. Perderse sobre todo por la aromática calle Philippi, donde se concentran los restaurantes, emporios y salones de té que ofrecen los famosos strudels y kuchenes (tartas dulces) de frutilla, frambuesa y otros ricos frutos del sur. Aquí está la mejor repostería de Chile, herencia de los colonos alemanes que llegaron aquí en el silo XIX.
El Museo Colonial Alemán y su molino de época es el lugar indicado para repasar los 150 años de historia de Frutillar y revivir la llegada de las familias alemanas que fundaron toda la cuenca del lago Llanquihue.
Pero no todo es historia y comida en esta ciudad. Menos durante el verano, cuando se celebran las Semanas Musicales de Frutillar. Es la excusa perfecta para disfrutar de espectáculos de música clásica y algo de jazz en el Teatro del Lago, que incluye una vista panorámica al entorno.
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