Estas milenarias y gigantescas estatuas de piedra ubicadas en la isla de Pascua esconden un cúmulo de muchas preguntas sin respuesta.
Muchas teorías sobre modo de construcción y el traslado de estas enormes estatuas de un punto a otro de la isla es todavía el mayor misterio sin resolver que existe en la Isla de Pascua.
Pero, descartando algunas ideas más imaginativas, como la intervención de civilizaciones extraterrestres o el uso de poderes telekinéticos por parte de los sacerdotes de los clanes, la idea más aceptada por los especialistas es que los moais “caminaban” a sus “ahus”, es decir, los nativos los hacían bascular alternativamente con el uso de cuerdas que se tiraban de cada lado de la base hacia delante.
Otra teoría, en tanto, afirma que los moais eran trasladados recostados sobre una plataforma de maderos a manera de trineo, que se tiraba con cuerdas sobre troncos transversales para reducir el roce.
Como sea que fuere, el traslado de los moais desde las canteras del volcán Rano Raraku a otros puntos de la isla debe haber sido una labor que demandó un titánico esfuerzo físico y una mayor destreza técnica, especialmente en la fase en que se levantaba la estatua sobre la plataforma en que iba a reposar definitivamente. Si bien los moais más altos que se construyeron alcanzan los 11 metros de altura, en la cantera principal del Rano Raraku quedó sin desprender de su nicho una gigantesca imagen de 21 metros de largo, conocida como Te Tokanga, que, de haber sido desprendida de la cantera, habría llegado a pesar más de 200 toneladas.
Hoy los moais son el símbolo por antonomasia de la exótica Isla de Pascua, territorio chileno desde que el marino Policarpo Toro la incorporara en 1888 a la soberanía de nuestro país. Como anécdota histórica, se comenta que en 1929 los habitantes de la isla le regalaron un moai al presidente Carlos Ibáñez del Campo, pero el mandatario se deshizo de él pues un asesor le habría comentado que traía mala suerte.
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