El Museo Regional de Iquique guarda varios mundos inimaginados. Con la sal, los pueblos originarios, la antropología y la arqueología, allí dentro todo es posible.
Una módica entrada permite al visitante adentrarse en uno de los museos más bellos, tanto arquitectónica como culturalmente, que tiene Chile. Cientos de niños lo visitan diariamente con sus maestros mientras turistas de todas partes del mundo quedan sorprendidos por lo que allí ven.
Dos momias incaicas
Baquedano es, sin duda, la calle más hermosa de la ciudad de Iquique. Al 900 se encuentra el Museo Regional Anker Nielsen, edificio en el que están guardados distintos tesoros del norte chileno. Sólo hay que abrir su puerta e introducirse, casi por arte de magia, en el pasado glorioso de la región y sus vastos alrededores.
A la izquierda, una amplia y luminosa sala ofrece mostrar la influencia de la cultura aymará, que se aprecia en los distintos rincones del museo, no sólo por las vasijas y cerámicas que lo pueblan, sino también por la reconstrucción de sus pobladores a tamaño real, rica en ropas y joyas de plata.
Pero lo que más llama la atención son las reliquias antropológicas y arqueológicas, entre las que se destacan dos momias de la cultura chinchorro, además de utensilios y herramientas de los pueblos que habitaron la zona durante años.
Se supo, luego de distintos estudios, que las momias eran una princesa incaica y su dama de compañía, ambas ubicadas en el cerro Esmeralda, momificadas con sus ropas y platerías.
Sal, mucha sal
Es, sin duda, la parte más interesante del Museo Regional. Un grupo de grandes salas bastante oscuras que se comunican entre sí nos va introduciendo en un recorrido único que merecería no terminarse nunca: la historia del salitre en el norte de Chile.
Vestimentas de aquellos años, con cascos de época, picos y palas nos muestran, junto a una infinita cantidad de fichas monetarias, los distintos momentos de la explotación salitrera.
Cientos de oficinas salitreras quedan reflejadas en las paredes del museo. Entre ellas, por ejemplo, el campamento Don Guillermo, donde se extraía la mayor parte de la sal que luego era procesada en las oficinas salitreras Santa Laura, Humberstone, Iris, Huara, Pozo Almonte y Piragua.
Distintas ilustraciones, maquetas y carteles nos van guiando y enseñando sobre cada una de las partes que componen el mobiliario: viejas balanzas, zapatos, camisas, sombreros, cantimploras, chalecos y relojes. Para estos hombres la sal, además de ser la fuente de vida, era también una forma de comunicarse, con códigos y lógicas propios que debieron reemplazarse por la pesca y la minería cuando el salitre dijo “basta”.
Fuente: Welcome Chile
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