Muy cerca de Arica, en pleno valle de Azapa, está uno de los tesoros arqueológicos más importantes de Chile y el mundo: las momias Chinchorro. En un importante rito de culto a la muerte y a los antepasados, los miembros de esta cultura momificaron a sus hijos, parejas, padres y abuelos. Hoy en día, en el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, se puede ver una colección de sus utensilios, de parte del mundo que los rodeaba y de estos increíbles cuerpos, donde los más antiguos datan de hace nueve mil años.
Además de la visita a este asombroso museo, el valle de Azapa invita a detenerse y recorrer el lugar desde donde se importan y exportan verduras, frutas tropicales y el producto estrella del valle: la aceituna de Azapa. El camino de regreso a la ciudad está acompañado por geoglifos que adornan los cerros. Y a la entrada de Arica, no se puede dejar de conocer el Poblado Artesanal, una réplica completa del bello pueblo altiplánico de Parinacota.
A solo 13 kilómetros de Arica por la ruta A-27, está el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, fundado en 1967 y administrado por la Universidad de Tarapacá. Su principal característica es que de todo lo exhibido en el museo no hay ninguna réplica, absolutamente todo es original.
A la entrada, un bello parque de palmeras recibe a los visitantes que, antes de ingresar a la exposición, pueden ver el busto de Max Uhle, el pionero de la antropología en el norte de Chile, y detenerse a observar trece petroglifos que representan el arte indígena entre los años 800 y 1.200, a través de figuras humanas, de animales y geométricas. Estos petroglifos llegaron al museo en los años ’70, luego de que comenzaran a perderse por el crecimiento de la ciudad de Arica y los terrenos agrícolas de Azapa.
El recorrido comienza en el primero de dos edificios que componen el museo. Ya la primera vitrina impacta y es un adelanto para lo que se puede ver más adelante: una mujer, un hombre y dos niños componen una visión parcial de una tumba colectiva de momias chinchorro, aquellas que se realizaron entre los años 6 mil y 2 mil a.C.
En el resto de las vitrinas se exhiben utensilios pertenecientes a distintos periodos del hombre Acha y de las Cultura Chinchorro, Tiawanaku, Arica e Inca, hasta la llegada de los españoles. De una u otra manera, todas ellas influyeron en las tradiciones e identidad que hoy se viven en la región de Arica y Parinacota y en otras zonas del norte de Chile.
Los miembros de la Cultura Arica habitaron desde el océano a los valles de Lluta, Azapa, Chaca, Codpa y Camarones, hasta la altura de Taltal. Algunos de los objetos más destacados son el cráneo de un hombre Acha, un arpón, brochas, turbantes, una corona de fibra vegetal cubierta de plumas, trozos de calabaza y cuero.
En el centro de esta sala, además, destacan tres momias post-chinchorro. La primera es de un recién nacido tendido sobre una camilla de palos y fibra vegetal. Otra es el fardo funerario de un niño que está en cuclillas, envuelto en tejidos y tiene una máscara de oro que cubre su rostro. Y otra corresponde al fardo funerario de un pescador que fue encontrado en la desembocadura del río Camarones (al sur de Arica), con una corona con puntas de proyectiles de piedra y un ajuar con herramientas para la pesca.
La segunda sala del museo muestra cómo es la vida en las comunidades aymaras de hoy que habitan el altiplano del norte de Chile. El pueblo aymara es tan importante porque son los herederos directos de las antiguas civilizaciones andinas de la región.
Contrario a lo que podría pensarse –dada la fama de las aceitunas de Azapa-, el olivo no es propio de Chile, sino que lo trajeron los españoles en el siglo XVI. Pero fueron el buen clima y suelo de este valle lo que hizo que sus frutos fueran tan especiales. Así, al siglo siguiente se había creado toda una industria en torno a las aceitunas, aceites, trigo y ají.
En el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa se puede apreciar el gran tamaño de un molino que tiene más de 400 años de antigüedad, que funcionó hasta 1956, y una prensa. Estas máquinas fueron traídas por Gaspar de Oviedo, quien para hacerlas funcionar, en su hacienda tenía 20 esclavos, 48 fanegadas con olivares, viñas, árboles frutales y un molino de aceite.
Hace solo tres años fue inaugurada la última y más impresionante muestra del museo. La Sala Chinchorro tiene alrededor de 80 mil piezas dispuestas para su colección permanente y otras temporales.
Según lo que se ha encontrado hay dos tipos de momias, las rojas y las negras, que tienen que ver con los procesos que les realizaban. Para elaborar las momias rojas (2.000 a 1.500 a.C), los chinchorro hacían incisiones en algunas partes del cuerpo, de donde extraían los órganos y ciertos músculos. Luego, con maderas delgadas daban forma al cuerpo. Después desarticulaban la cabeza, sacaban el cerebro, modelaban el rostro y afirmaban una peluca en la cabeza. Finalmente, pintaban todo el cuerpo de rojo. Estas momias rojas podían tener dos variaciones: llevar un vendaje de tejidos sobre su rostro (2.620 a.C) o una máscara de barro que les da el aspecto de una cara lisa, sin cuencas de los ojos ni boca (2.500 a 1.700 a.C).
Pero como si el proceso anterior no hubiese sido complicado, el de las momias negras (5.000 a 2.800 a.C) necesitaba mucho más trabajo y conocimiento. Para hacerlas había que remover todos los órganos, músculos e incluso huesos. Afuera del cuerpo, limpiaban el esqueleto y luego lo volvían a introducir, reforzándolo con palos amarrados con fibra vegetal. Luego pintaban la momia de negro.
Pero como si el proceso anterior no hubiese sido complicado, el de las momias negras (5.000 a 2.800 a.C) necesitaba mucho más trabajo y conocimiento. Para hacerlas había que remover todos los órganos, músculos e incluso huesos. Afuera del cuerpo, limpiaban el esqueleto y luego lo volvían a introducir, reforzándolo con palos amarrados con fibra vegetal. Luego pintaban la momia de negro.
Pero como si el proceso anterior no hubiese sido complicado, el de las momias negras (5.000 a 2.800 a.C) necesitaba mucho más trabajo y conocimiento. Para hacerlas había que remover todos los órganos, músculos e incluso huesos. Afuera del cuerpo, limpiaban el esqueleto y luego lo volvían a introducir, reforzándolo con palos amarrados con fibra vegetal. Luego pintaban la momia de negro.
Fuente: Vitrina Urbana
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