Cuenta el pescador José Gutiérrez que de niño pasaba más tiempo metido en los cerros que en la misma caleta Paposo, una localidad ubicada a 50 kilómetros de Taltal y que actualmente tiene unos 300 habitantes. Arriba, recuerda hoy, sus abuelos tenían majadas de cabras que él se encargaba de pastorear. Entre quebradas y cerros, José Gutiérrez dice que jugaba en medio de la vegetación que florece en el gran manchón verde de 42 mil hectáreas que interrumpe el implacable desierto de Atacama, en el sur de la Región de Antofagasta.
-Siempre hemos andado por esos cerros, los conocemos de memoria. Nosotros nos criamos ahí.
Con los años, la cantidad de cabras fue bajando, y José Gutiérrez, hecho ya un hombre, comenzó a dedicarse al mar. Pero la vegetación seguía -sigue- ahí, como una isla en el desierto, como un secreto para los paposinos que viven en la caleta, a las faldas de los cerros. A veces más verde, a veces menos, el milagro se hace notar apenas observamos el primer cactus en el camino que baja desde Paranal. Después de pasar por los empinados cerros rodeados de piques que trabajan los pirquineros de la zona, el desierto desaparece de nuestros ojos. Hay olor a hierba.
Guanacos, aves y zorros conviven en un microhábitat que posee una flora endémica que los expertos dicen que es única en el mundo, y donde se han detectado más de 500 especies vegetales. Todas ellas sobreviven gracias a la humedad que se produce por la neblina costera (la llamada “camanchaca”) cuando choca contra la cordillera de la costa, creando las excepcionales condiciones para lo que hay aquí: un “oasis de niebla”.
Esa niebla era precisamente lo que queríamos ver, pero llegamos pasadas las ocho de la mañana. El sol ya está encima de nosotros y aunque arriba, en la pampa, el calor comenzará a ser sofocante a medida que pasen los minutos, en las altas quebradas se cuela el viento fresco que viene de la costa.
En Paposo existen dos áreas de interés para los científicos, especialmente porque ahí hay flora en peligro de extinguirse: se trata del Monumento Natural Paposo Norte, protegido por la Conaf, y del sitio prioritario costero de Paposo, que es de propiedad privada.
Actualmente, entre las setenta especies en estado de conservación vulnerable, o en peligro, que son prioridad para el Plan de Recuperación, Conservación y gestión de la flora costera del norte de Chile, impulsado por el Ministerio del Medio Ambiente, hay algunas que son de alta preocupación por sus bajos números poblacionales en la zona: es el caso del cachiyuyo ( Atriplex taltalensis ), del michay de Paposo ( Berberis litoralis ), de la dalea ( Dalea azurea ), de la dicliptera ( Dicliptera paposana ) y de la Griseliniade Paposo ( Griselinia carlomunozi ).
De la dalea, un arbusto de llamativas flores azules, solo se han contabilizado unos 200 ejemplares en todo el planeta. Y en el caso del michay de Paposo, su población se estima en no más de cincuenta plantas.
El cerro Mirador, frente a Paposo, es una de esas “islas” de vegetación donde se puede apreciar la dalea. Para quienes no son del sector, ni aficionados a recorrer la zona, llegar a la cima es una especie de enigma. La señalética de la Ruta B-710, que baja desde la Ruta 5 en dirección a Taltal, indica que se entra y sale del “Área Silvestre Paposo”, pero no dice más, salvo un letrero caminero amarillo que señala un cruce lateral; los que vienen de paso no tienen cómo saber que detrás del pedregoso camino se esconde este cerro.
A medida que la ruta se interna en las quebradas para asomarse a la costa, el lugar es otro. Pareciera incluso que se estuviera en otra región del país. Una más sureña. En el corto camino de un par de kilómetros hay viejos letreros que advierten que el lugar es de alta fragilidad. “Transite solo por camino demarcado”, dice uno.
El camino está bien delimitado, pero es angosto. Un auto pequeño -a lo más una camioneta- sube serpenteando el cerro. Hay que detenerse a cada tanto para ver la vegetación. Primero impresiona lo alto de los cactus; después, un ínfimo manchón violeta a lo lejos obliga a bajar otra vez para ver las flores y fotografiarlas. Para los nortinos acostumbrados al desierto, tener un jardín tan -relativamente- cerca de Antofagasta obliga a tomarle fotos a casi todo.
En la cima del Mirador, las enormes cactáceas y coloridas flores contrastan con las gigantescas torres de alta tensión que trepan la altura desde la termoeléctrica Central Taltal, que está en la orilla del mar, junto a la caleta. Pero estos toques de color y vegetación contrastan todavía más con el paisaje cubierto de tierra y rocas, característico del desierto que se deja apenas unos kilómetros más atrás.
Los fierros de las torres brillan con los rayos de sol que se cruzan a medida que el auto sube hasta el mirador. Pequeñas aves se atraviesan por la ventana. Llegando, hay una planicie que deja ver toda la inmensidad de la costa, desde Paposo hacia el norte, camino a la aislada caleta El Cobre. Un tímido zorro pasea por entre los cactus y la torre hasta perderse entre las accidentadas laderas.
Tal vez la lejanía de grandes centros poblados (Antofagasta está a 200 kilómetros) la han protegido de ser convertida en otra reserva natural arrasada por la intervención humana. En la región hay casos lamentables, como la Reserva Nacional La Chimba, en Antofagasta. Allá hay un verdadero bosque de bolsas de nylon enredadas en las frágiles ramas secas que resucitan en las escasísimas ocasiones en que cae agua, cuando sus flores luchan por notarse entre el plástico. Más al norte, en Mejillones, los jeeps y vehículos que se meten a la arena amenazan constantemente la anidación del gaviotín chico, un ave en peligro de extinción.
Paposo parece estar aún a salvo.
En 2014, entre las quebradas y la cima, el Ministerio del Medio Ambiente comenzó a reintroducir cientos de ejemplares de Senna brongniartii , Dicliptera paposana y Dalea azurea en el cerro Mirador. Tras cuatro años, el índice de sobrevivencia de estos ejemplares es del 20 por ciento. Antes de venir, Roberto Villablanca, seremi subrogante de Medio Ambiente en Antofagasta, nos había explicado que el estrés hídrico es uno de los factores que influyeron para que la mayoría de las plantas no hubieran podido adaptarse a su reintroducción. “Estas plantas en el medio natural ya tienen números poblacionales bajos, entonces, a pesar de tener bajo porcentaje de supervivencia, sigue siendo relevante”, dijo.
También hay otros factores. Fermín M. Alfaro, investigador del Laboratorio de Entomología Ecológica de la Universidad de La Serena, sostiene que el pastoreo indiscriminado también es parte de las amenazas que enfrenta el frágil ecosistema de Paposo. “Se reconoce que las cabras son causantes de la disminución de la cobertura vegetal, erosión del suelo, disminución de la diversidad de especies vegetales y dispersión de semillas de especies invasoras”.
Además de los animales, los investigadores han encontrado aquí microbasurales que están afectando a la flora endémica -incluso a la escasísima dicliptera-, además de detectar la extracción de vegetación para utilizarlas como recurso energético. Los perros asilvestrados, la recolección no autorizada de semillas y las tomas ilegales también se suman a las amenazas para la conservación de esta zona.
Fuente: Economía y Negocios
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